El escritor Rafael Lugo en la revista Soho del mes de junio publicó un artículo dedicado a la memoria de un gran hombre, artículo que me gustaría compartir con todos ustedes.
In memorian
He muerto muchas veces. De varias maneras. Mi última muerte fue en abril del cero ocho. No escuché el estruendo, el silencio viaja más rápido que el sonido. Me fui volando y estoy volando, pero no consigo alejarme. Porque no quiero alejarme. Estoy donde quiero estar.
Muchos piensan que borré con el codo lo que hice con la mano y eso es injusto. Lo que se hace con la mano se olvida, lo cual resulta mucho peor que creer que las últimas acciones de una persona cubren bajo tres metros de tierra lo que hizo durante su vida.
Lo que hacemos con la mano o con el corazón se olvida, queda en el pasado porque la memoria es frágil y además ambiciosa. Lo que hicimos sube al cielo y baja como lluvia en otros sitios donde quienes se mojan no le encuentran sentido. Ni tienen por qué.
Pero tú, que viste mis actos y escuchaste mis palabras (las correctas, las sinceras, las que gritaban una verdad que no te atrevías a ver) no tienes derecho a olvidar lo que hice y no puedes justificarte en que la última vez que estuve por aquí cometí una barbaridad que nadie consigue comprender. Lo bueno se olvida porque necesitamos siempre y cada día una demostración positiva. Nunca nos cansamos de recibir. Nadie se cansa de recibir y por eso, cuando el último abrazo no llegó, todos los anteriores dejan de existir. Y no es justo.
Si me pediste diez y solo pude darte ocho, no te debo dos, ¿me explico?
Del campeón mundial salido del hambre solo queda el recuerdo de la oreja de su rival arrancada de un mordisco. Del campeón mundial queda la imagen del sobrepeso y los travestis. Del campeón mundial queda la última línea de coca. Del general queda Waterloo. De los Romanos la decadencia. Para el ángel caído, el ángel más bello, quedó el infierno. Y no es justo.
He muerto muchas veces. De varias maneras. Mi última muerte fue en abril del cero ocho y he dejado un resentido dolor que casi es capaz de borrar mis abrazos, mis bromas, mi sacrificio, mi capacidad de dar, mi valor ante la vida. Cerré lo ojos un instante que se hizo eterno, perdí en el último segundo la pelea que mantuve ganada, me arrodillé a descansar mientras los enemigos dormían, pero no me ha convertido en un fracaso. Y no me veas como tal.
Si la vida se midiera por puntos y no por la cuenta final, gané carajo. Y si el amor se midiera por lo entregado y no por lo que ya no entregaré, también gané. De todas mis muertes, esta ha sido la primera vez que he sentido la necesidad de defenderme. Y no es justo, en especial considerando en cómo viví esta vida en particular.
Nadie me debe nada de lo importante. A nadie debo tampoco. Pude dar mucho más de mí, eso es verdad y es mi única angustia que tiene algunos nombres. Pero esa expectativa que no será no es una deuda, insisto, lo que entregué debería ser suficiente. Suficiente para todos y todas.
No borré en un segundo toda una vida. La detuve. La terminé con violencia, pero no es lo mismo que desaparecer. Yo sigo siendo lo que fui. Y para seguir siendo dependo de un hilo delicado como la nada que es el recuerdo. Como tú. Como todos.
He muerto muchas veces. De varias maneras. Mi última muerte fue en abril del cero ocho. No escuché el estruendo, el silencio viaja más rápido que el sonido. Me fui volando y estoy volando, pero no consigo alejarme. Porque no quiero alejarme. Estoy donde quiero estar.
Muchos piensan que borré con el codo lo que hice con la mano y eso es injusto. Lo que se hace con la mano se olvida, lo cual resulta mucho peor que creer que las últimas acciones de una persona cubren bajo tres metros de tierra lo que hizo durante su vida.
Lo que hacemos con la mano o con el corazón se olvida, queda en el pasado porque la memoria es frágil y además ambiciosa. Lo que hicimos sube al cielo y baja como lluvia en otros sitios donde quienes se mojan no le encuentran sentido. Ni tienen por qué.
Pero tú, que viste mis actos y escuchaste mis palabras (las correctas, las sinceras, las que gritaban una verdad que no te atrevías a ver) no tienes derecho a olvidar lo que hice y no puedes justificarte en que la última vez que estuve por aquí cometí una barbaridad que nadie consigue comprender. Lo bueno se olvida porque necesitamos siempre y cada día una demostración positiva. Nunca nos cansamos de recibir. Nadie se cansa de recibir y por eso, cuando el último abrazo no llegó, todos los anteriores dejan de existir. Y no es justo.
Si me pediste diez y solo pude darte ocho, no te debo dos, ¿me explico?
Del campeón mundial salido del hambre solo queda el recuerdo de la oreja de su rival arrancada de un mordisco. Del campeón mundial queda la imagen del sobrepeso y los travestis. Del campeón mundial queda la última línea de coca. Del general queda Waterloo. De los Romanos la decadencia. Para el ángel caído, el ángel más bello, quedó el infierno. Y no es justo.
He muerto muchas veces. De varias maneras. Mi última muerte fue en abril del cero ocho y he dejado un resentido dolor que casi es capaz de borrar mis abrazos, mis bromas, mi sacrificio, mi capacidad de dar, mi valor ante la vida. Cerré lo ojos un instante que se hizo eterno, perdí en el último segundo la pelea que mantuve ganada, me arrodillé a descansar mientras los enemigos dormían, pero no me ha convertido en un fracaso. Y no me veas como tal.
Si la vida se midiera por puntos y no por la cuenta final, gané carajo. Y si el amor se midiera por lo entregado y no por lo que ya no entregaré, también gané. De todas mis muertes, esta ha sido la primera vez que he sentido la necesidad de defenderme. Y no es justo, en especial considerando en cómo viví esta vida en particular.
Nadie me debe nada de lo importante. A nadie debo tampoco. Pude dar mucho más de mí, eso es verdad y es mi única angustia que tiene algunos nombres. Pero esa expectativa que no será no es una deuda, insisto, lo que entregué debería ser suficiente. Suficiente para todos y todas.
No borré en un segundo toda una vida. La detuve. La terminé con violencia, pero no es lo mismo que desaparecer. Yo sigo siendo lo que fui. Y para seguir siendo dependo de un hilo delicado como la nada que es el recuerdo. Como tú. Como todos.
1 comentario:
Un artículo que revela las memorias de un hombre que resolvió terminar con su vida de una manera abrupta, sin explicación y juzgada por muchos. De una manera diferente escogió un camino distinto, pero él lo escogió. los que nos quedamos sufrimos pero el resultado final es el deseado por el protagonista, admirable no reprochable sin elección de juzgar.
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